revista de actores y actrices en movimiento
2014 - año IV
SER O NO SER ACTOR
Ya pasó… Se terminó.
Tres años non stop con un proyecto artístico que se llevó inspiración, horas y horas de ensayos, dinero (equipamiento técnico, vestuario, página web, grabaciones en estudios profesionales, registros de derechos, atrezo, etc… podéis ir sumando…). Una decisión de uno de los integrantes del proyecto le puso punto ¿final? por cambio de radicación. Y así, de la noche para la mañana, planes, sueños, horarios de agenda reservados, incluso bolos vendidos, se quedan en nada.
¿Sensación de manos vacías?... Pues sí, algo, para qué negarlo. Pero se impone la sabiduría popular que patentó la vigente frase: “quién te quita lo bailado”.
Todo, absolutamente todo lo que la percepción humana puede contemplar, tiene un ciclo. Un nacimiento, un desarrollo y un final. Esas son las reglas del juego en el que, más allá de las creencias, algún sistema superior nos ha puesto a los humanos en acción. La vida. Y su contracara: la muerte.
Hace unos días acabé el visionado de una de las mejores series que se han parido en los últimos tiempos: la americana “A dos metros bajo tierra” (Six feet under). Allí, durante 5 temporadas, se cuentan las peripecias de una familia dueña de una funeraria. La vida y la muerte en tensión constante. ¿Cómo vive la vida una gente que toca la muerte tan de cerca?
A los humanos pareciera que nos gusta vivir no teniendo en cuenta la muerte. No podemos con ello, tenemos la esperanza de que podemos “tomar” la vida, de que lo que se construye sobrevivirá a los tiempos. Solo y recién cuando llega la vejez irrefutable, comenzamos a darnos cuenta de la verdad universal de los ciclos, y de sus epílogos. Y es entonces que nos damos cuenta de que “ya es tarde” (en el meridiano de mi vida, empiezo a trabajar en silencio para que nunca me resuene esa frase).
En un capítulo de “A dos metros bajo tierra”, una clienta llora desconsoladamente ante Nate, uno de los protagonistas de la serie, dueño de la funeraria. Perturbada por el duelo de su ser querido, le inquiere a Nate:
-“¿Para qué se muere la gente?”
-“Para que la vida sea importante”.
En ese escueto y desgarrador diálogo, una verdad resuena con la fuerza del ave fénix.
En nuestro trabajo, la ley de lo efímero es aún más evidente. Podríamos decir que tenemos la suerte de tener más claro que ningún otro oficio esa verdad, en un punto dolorosa, sí, pero en otro plena y brillante. Cuando estás en escena, o en un set, tener la claridad de la ley de lo efímero, puede ser el motor para no guardarse nada, para entregarlo todo: al personaje al que das vida; al compañero de trabajo (desde los actores hasta el encargado de atrezo), al público que pagó su entrada esa noche (pudiendo haberse quedado en casa con DVD y palomitas de micro-ondas). En definitiva, al conjunto del hecho artístico, de la obra de arte. Si se actúa así, lo que definitivamente no será efímero, serán las sensaciones que se lleve ese espectador, el beneplácito del que te ha acompañado en la aventura y la vida de ese personaje que vino de visita desde el mundo de la imaginación para regalarnos a los actores y espectadores su experiencia humana.
Ahora sí, y como todo en la vida, este artículo también llegó a su final. ¡Gracias por tu visita!

por Joaquín Daniel
Joaquín Daniel es Actor, Director, Periodista y Músico

Elogio de lo efímero
